La historia de la cola del hipermercado no ha terminado...
Cuando nos incorporamos a la cola pequeña (y eso que el tamaño importa...) delante nuestra iba un padre con un niño pequeño, no sé que edad tendría porque soy severamente mala para esas predicciones pero el niño me llegaba por las rodillas, éste portaba una bolsa de cheetos a la cual daba buena cuenta, asi que cuando nos cansamos de reirnos de la chachorra focalizamos nuestra atención en la criaturita, mientras yo le sacaba la lengua Grache le decía que le iba a robar la bolsa de cheetos, y el crío no sabía donde esconderse de nuestros acosos aunque nos dedicaba miradas furtivas.
Un rato después nos cruzamos con él en una escalera eléctrica del centro comercial, su padre le llevaba en brazos, y nos reconoció, y nos dedicó la sonrisa más sincera que os podáis imaginar, nos dimos la vuelta para verle y él nos decía adios con el brazo.
Con esto debo aclarar que no se me ha despertado el reloj biológico ni nada por el estilo, que sigo sin instinto maternal, y que tener un codo roto me sensibiliza mucho ante estas escenas, más, si cabe.
Era la típica chachorra de barrio, la tipica que quiere ser la Victoria Beckam de mercadillo, con una nariz que parecía del mismo árbol genético que Rosi de Palma, el novio era un Ken o un David Beckam, que hablaba por boca de ella. También iba la madre, en chandal, zapatos y abrigo de paño.
Iban delante de Grache y de servidora en la cola de caja para cestas del Carrefour, o como se escriba, y cuando la caja de al lado se iba quedando vacía, Grache se adelantó para ver si se bifurcaba la cola o eran distintas, la chachorra se le abalanzó con tono de adonde vas lista, quedando en ridículo porque el resto de los clientes confirmaron que eran distintas colas. Nosotras ya habiamos pagado cuando ella seguía esperando tan subidita en su orgullo como en sus tacones de los guerrilleros.
Al menos los años nos serenan y civilizan, porque nos pilla hace unos años en la misma situación y nos la comemos con patatas a la muy zorra.
Escribo con una sola mano, ahora sé lo difícil que tiene que ser el cibersexo, me he fracturado el codo y tengo mi brazo izquierdo escayolado casi hasta el sobaco, es una manera excelente de empezar el año...
Asi que no hay planes, ni proyectos, ni buenas intenciones, solo aburrimiento, polvorones (de los que se comen), libros y dolor, pasear está imposible, la gente se comporta como una estámpida de búfalos en celo anhelando comprar el regalo de rigor, cada vez me asusta más el comportamiento humano.
Bueno que aqui me tienen, a su merced... sin poder volar.