No hay tiempo para balances, ni para felicitaciones, ni para ver luces. Los últimos quince días vivo entre el hospital (Madre Vainilla se cayó por una escalera y la han tenido que hacer una obra de cirugía ferretera en la pierna) y el trabajo, con parada en boxes para la higiene diaria y el mantenimiento de Bono.
Gracias por las visitas cargadas de flores y destellos, las reconfortantes llamadas y los abrazos robados.
Juana dice que tiene cuarenta años, y aunque la piel de su cara y de sus manos es muy suave, la verdad es que los dobla. Le encanta el chocolate con churros y me dice que cuando salga del hospital saldremos a pasear por Madrid hasta que desgastemos los zapatos. Es educada, risueña y coqueta. Juana me llama María, porque me confunde con su mejor amiga de su juventud, esa donde ella habita, y aunque digan que ha perdido la cabeza yo prefiero que sea así, porque de esa manera no sabe que pasa la Navidad en un hospital, sola, como tantos otros.