El Diario no Hablaba de Ti

Perdonen la tristeza

Fue la Navidad del 2001, aquella noche le hicimos la cena de despedida, no podría ser en otro sitio que en una marisquería, para que ella, gallega, se sintiera como en casa, donde iba a volver en días, esta vez para no volver.
Aquella noche, sentadas en un billar del San Mateo cabizbajas y con una copa entre las manos, intentábamos consolarnos con palabras que nos ayudaran a cicatrizar el alma.
De vuelta a casa, en el asiento trasero del coche, con las cabezas apoyadas en las ventanillas, veíamos las luces de la Gran Vía, y ella murmuró “Me encanta Madrid”, lástima que esta maldita ciudad no la tratara como se merece.
Después de una noche como la de ayer, en la que la almohada me hace de pañuelo hasta que me dejan rendida las lágrimas y me quedo dormida, pienso que me rodeo de gente que está hecha de mi misma pasta, y ella es una de ellas.
Hay personas que somos así, que nos afecta más que al resto la mierda de vida que nos toca vivir, la mayoría de nuestros días son tristes, da igual lo que nos digan, somos los que somos y a veces nuestro propio equipaje pesa demasiado, aunque todavía hay cosas que no nos hacen pegarnos un tajo en las venas, son cosas insignificantes, fugaces, pero por ahora nos compensan.
Siento que la mayoría de mis días sean negativos, que no pase uno sin que me meta conmigo o me saque de la manga algunos de mis sarcasmos, pero es lo que hay, y prefiero que sea así a maquillarme con las pinturas del engaño.
Y sé que si tengo gente todavía a mi lado, es porque ese día bueno, es sin lugar a dudas, realmente cojonudo.